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La capacidad de decidir y tomar una decisión a la hora de elegir un objeto material puede ser una tarea más o menos sencilla.
Pero hacer lo propio con elementos abstractos o con personas, tal vez no sea tan simple, si nos compromete de forma afectiva, si afecta a nuestros sentimientos.
Todo ser humano, a lo largo de su existencia, se encuentra con frecuencia frente a situaciones que le suponen un dilema, la decisión.
Pero ¿realmente somos siempre capaces de decidirnos y hacer lo que deseamos, con entera libertad? Pocas personas responderán con un rotundo «sí, siempre».
En las situaciones comprometidas, la decisión se ve notablemente influida por la capacidad de auto-afirmación o asertividad. A veces, cuando alguien nos pide un favor, nos vemos obligados a concedérselo; tal vez de «mala gana», pero nos sentimos incapaces de negarnos.
Es cuando aparece el miedo a decir no.
Otras veces, el compromiso afectivo puede ser mayor cuando se tambalea la seguridad en uno mismo.
Entonces, ya no sólo somos incapaces de negar un favor, sino hasta de revelarnos contra una injusticia más o menos grande, como pueda ser la explotación laboral, impidiéndonos incluso solicitar un salario más justo.
En unos u otros casos juega un papel de vital importancia el miedo a ser rechazado, el miedo a dejar de ser querido, hasta el punto de inducirnos a vivir una vía «neurotizada».
Te llena de angustia e infelicidad y sin defensa de los propios derechos.
Todos estos mecanismos psicológicos son fruto de un aprendizaje mal encaminado. Y ya en la infancia tiene lugar la siembra de esta conducta temerosa.
Cuando la madre dice a su hijo pequeño: «Si no haces esto, mamá no te querrá», está haciendo, sin darse cuenta, un chantaje afectivo.
El niño aprende que si no hace lo que los demás le piden dejará de ser querido y caerá en el más profundo abandono afectivo.
Cuando el adolescente oye de su padre: «Con tu conducta me vas a matar a disgustos», no sólo sufre la amenaza de no ser querido, sino que además pesará sobre él la posible culpabilidad de su muerte.
Muchas personas, en su vida cotidiana, se mueven dentro de esta trampa. Cuando deben decidir entre ellos o los demás se angustian.
Confunden la humildad con el sacrificio, el favor con la obligación y sus derechos con las exigencias ajenas.
Ahora, observemos estas acciones en la estadística, que nos presenta una abstracción de la realidad mexicana en las Mujeres.
En la pareja algunas de las mujeres casadas o unidas en el país “deben pedir permiso” para hacer algunas actividades cotidianas:
Aprendiendo sobre la capacidad de decidir
Todo ser humano, a lo largo de nuestra existencia, nos encontramos frecuentemente a situaciones que suponen un dilema: Tomar una decisión.
Pero ¿realmente somos siempre capaces de decidir y hacer lo que deseamos, con entera libertad? Pocas personas responderán con un rotundo «sí, siempre».
Tomar una decisión a la hora de elegir un objeto material puede ser una tarea más o menos sencilla, pero hacer lo propio con elementos abstractos o con personas, tal vez no sea tan simple, si nos compromete afectivamente, si afecta a nuestros sentimientos.
En las situaciones comprometidas, la decisión se ve notablemente influida por la capacidad de autoafirmación o asertividad. A veces, cuando alguien nos pide un favor, nos vemos obligados a concedérselo; tal vez de «mala gana», pero nos sentimos incapaces de negárselo. Es cuando aparece el miedo a decir no.
Otras veces, el compromiso afectivo puede ser mayor cuando se tambalea la seguridad en uno mismo. Entonces, ya no sólo somos incapaces de negar un favor, sino hasta de rebelarnos contra una injusticia más o menos grande, como pueda ser la explotación laboral, impidiéndonos incluso solicitar un salario más justo.
En unos u otros casos juega un papel de vital importancia el miedo a ser rechazado, el miedo a dejar de ser querido, hasta el punto de inducirnos a vivir una vía «neurotizada», llena de angustia e infelicidad y sin defensa de los propios derechos.
Todos estos mecanismos psicológicos son fruto de un aprendizaje mal encaminado. Por ejemplo cuando la madre o padre le dice a su hijo pequeño: «Si no haces esto, mamá no te querrá», está haciendo, sin darse cuenta, un chantaje afectivo. El niño aprende que si no hace lo que los demás le piden dejará de ser querido y caerá en el más profundo abandono afectivo.
Cuando el adolescente oye de su padre: «Con tu conducta me vas a matar a disgustos», no sólo sufre la amenaza de no ser querido, sino que además pesará sobre él la posible culpabilidad de su muerte.
Muchas personas, en su vida cotidiana, se mueven dentro de esta trampa. Cuando deben decidir entre ellos o los demás se angustian. Confunden la humildad con el sacrificio, el favor con la obligación y sus derechos con las exigencias ajenas.
A través de estos análisis, queremos hacer una reflexión sobre nuestras vidas: cómo estamos basando la toma de nuestras decisiones, son libres? Están basadas en el miedo? En el chantaje? En ser aceptad@s?. Consideramos que diario decidimos sobre pequeños y grandes actos, pero lo más importante es que esta capacidad libre que tenemos, sea lo más transparente y asertiva posible, que la toma de decisiones sea basada en nuestra plenitud, felicidad y respetando a l@s demás.